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“Era la alegre hora

“Era la alegre hora “Era la alegre hora del asalto y el beso.
`La hora del estupor que ardía como un faro...´ (P. Neruda)

Su silueta se asomaba como una isla de espumas a la deriva cuando llegamos al lugar. La policía se dispersó entre los matorrales buscando huellas; yo sólo me quedé observando como el río la arrastraba hacia la costa. Me interné por esos inciertos pastizales, mientras el miedo a la verdad ascendía por mi piel hasta cerrarse en la garganta. Primero apareció su brazo blanco que apenas flotaba entre los camalotes y las ramas; luego, jirones de aquel vestido rojo aleteaban sobre su torso semidesnudo. Un sabor gris se detuvo dentro de mí unos instantes ante aquella indescifrable realidad mortuoria. Cuando los gendarmes la voltearon, dos globos oculares punzantes y estáticos se insertaron dentro de mis ojos hasta convertirme en una marioneta sin respiro. Volví a mirar esa agónica mueca de estupor en sus facciones ya deshechas como un zombi. Entonces sólo pude acariciarla, tarareando aquella melodía que nos cantaban de niños...

Ana Cecilia. ©

Realidades y sueños...

Realidades y sueños... Realidades y sueños...

Había soñado recurrentemente con esa imagen que tanto le agobiaba oscilando ante los ojos. Bajo sus pies descalzos, frías baldosas recorrían la extensión de su sangre para congelarla entera, cuando el miedo era un partícipe cotidiano deliberando ese destino. Una y otra noche retornaba a ella el mismo vuelo que desafiaba su cordura. Hasta que al despertar de ese eterno retorno, sólo los hilos rugosos de aquella delgada cuerda continuaban sosteniendo la cabeza estrangulada de su muñeca muerta...

Ana Cecilia. ©