Sus miradas se cruzaron en el ágape donde ambos habían asistido para verla. Aquel pensamiento femenino los unificaba en la inmensidad del salón; sin embargo, en contraposición a lo que pensaban, ella nunca le perteneció a ninguno.
Aquel sueño recurrente no dejaba de acosarlo por las noches. Sumido bajo un grito, volvía a escuchar aquella misma voz que lo llamaba por su nombre. Cuando al fin pudo responderle, ya estaba muerto.
Se detuvo frente a la estación anclado en un ayer de sirenas y partidas, mientras el vapor se alejaba entre la niebla. Luego, sólo esperó el siguiente tren para hundirse en otro viaje imaginario...
En el fondo, los restos de café daban un aspecto sucio y borroso al pocillo. Él movió la taza de un lado al otro tratando de descifrar aquellas figuras oscuras de su sino, antes de volver a traspasar el umbral de otra frontera desolada...